Una punzante certeza de soledad eterna me despertó. Fue el reconocimiento de algo arcaico, que trasciende lo habitual y que generalmente no se suele reconocer ni enfrentar realmente. En mi reflexión, percibí que ese sentimiento acompaña a la humanidad desde tiempos remotos.
Desde esta perspectiva, el fuego y la agregación familiar y social actuaron como elementos que disiparon ese temor primigenio. Hoy en día, una infinidad de estímulos y propuestas colaboran en la postergación o distracción de ese temor que podría considerarse irracional. Sin embargo, es posible que siga latente allí, en capas más profundas que la cotidianidad, las banderas y los credos. Así como existen experiencias profundas y atemporales, quizás también persistan temores atemporales.
Por todo esto, la última frase del Camino del Mensaje de Silo: “No imagines que en tu muerte se eterniza la soledad”, me resultó reveladora. No solo aborda la soledad más superficial, el aislamiento social o del entorno, sino que, sobre todo, ofrece una respuesta a lo más esencial. El hecho de comenzar con un categórico “NO imagines” revela una tendencia humana a concebir la muerte en soledad. Quizás, más allá del lógico temor al dolor, parte del miedo a la muerte reside en la inevitable sensación de soledad de ese tránsito final.
Por otra parte, considero que una frase, por profunda que sea, no resuelve los temores arraigados ni tampoco consolida las grandes esperanzas por sí sola. Es necesario ir construyendo experiencias que coincidan con la dirección elegida; estas experiencias son las que realmente producen modificaciones en nuestra forma de estar y de ser en el mundo.
Personalmente, aspiro a disolver mis temores enfrentándolos con suavidad y apoyándome en las profundas respuestas que ofrece el Mensaje de Silo. La frase que aquí se incluye se complementa con otras dieciséis, además de formar parte de un apartado titulado “El Camino”, que alude a la elección cotidiana de la dirección de nuestro caminar.
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