TwitterFacebookGoogle PlusEmail

El Profesor y el Dragón

domingo, 19 de enero de 2025

El profesor, a punto de comenzar su conferencia, sintió la vibración del celular en su bolsillo. Decidió ignorarlo y concentrarse en la tarea que le aguardaba: desentrañar una de las características del medievo que más le fascinaba. Con cierto placer, se disponía a demostrar, como solía decir, "las absurdas cosas en que creían". Ese día, el tema central serían los dragones. Podría haber optado por la Inquisición y los demonios que sus inquisidores intentaban exorcizar, pero prefería evitar cualquier conflicto con la Iglesia.

Con una sonrisa casi imperceptible, comenzó a hablar de las ferias medievales que se extendían por toda Europa. Entre las maravillas y curiosidades que ofrecían, se encontraban dientes y colmillos, trozos de piel y garras de dragón... Objetos que la gente adquiría con avidez para convertirlos en amuletos, adornar sus hogares o simplemente llevarlos consigo como protección contra los peligros cotidianos. Estos "tesoros" llegaban desde África, ignorando los compradores que se trataba en realidad de restos de cocodrilos del Nilo, dónde existen ejemplares de hasta ocho metros de longitud.

Al profesor le encantaba exhibir esta creencia, le proporcionaba cierta satisfacción sentirse por encima de aquellas "primitivas supersticiones". En la pantalla tras él, se sucedían mapas con posibles rutas que habrían seguido aquellos colmillos y garras hasta llegar a los diferentes rincones de Europa. Si bien la leyenda del dragón no era homogénea, su fama se extendía por todo el continente, garantizando un mercado para estos "productos mágicos". Claro que, desde un punto de vista comercial, era un asunto menor. Una sobreabundancia de "reliquias dragontinas" habría devaluado su precio. Pero al profesor no le interesaba el aspecto económico, sino la credulidad que imperaba en aquella época. "¡Los medievales creían en cualquier cosa!", solía afirmar entre sus amigos.

Para finalizar la conferencia, mientras las imágenes se desvanecían en la pantalla, el profesor recurrió a una explicación: hay cosas que no cambian, por ejemplo, ante una puesta de sol, probablemente los primeros humanos se extasiaban. Con el paso del tiempo, la invención de la rueda, la navegación, la Revolución Industrial… todo este recorrido, y, sin embargo, la emoción que un atardecer provocaba en el observador humano no parecería haber cambiado demasiado; diferente son las creencias. Con este ejemplo, buscaba desvincular el avance tecnológico de las emociones y experiencias fundamentales. Continúa: A pesar de la información y el conocimiento disponible en el medievo, la época otorgaba un cierto consenso a aquellas creencias. Solo desde los nuevos consensos de épocas posteriores se podía criticar el pasado. Entonces se advertía que se creía en cosas que solo existían en la mente de la gente, pero que se proyectaban en el mundo exterior. 

Un cerrado aplauso, tanto presencial como virtual, puso fin a la ponencia.

Con la conferencia terminada, el profesor tomó su celular para generar el código QR que permitiría a la audiencia descargar la presentación. Mientras realizaba la operación, se distrajo con el mensaje que había recibido al inicio de la charla. Era su secretario, avisándole que había conseguido la camiseta de su ídolo deportivo. No una original firmada, como la que habían comprado tiempo atrás, sino que era una casaca que, recientemente, había transpirado su ídolo...

No hay comentarios:

Publicar un comentario