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Alegorías

lunes, 13 de enero de 2025

Hace casi 20 años, Luis Alberto Ammann presentaba el libro Apuntes de Psicología IV de Silo en la sala del Parque de Estudio y Reflexión La Reja. Silo estaba allí, escuchándolo. Ammann destacaba algo fascinante: la capacidad de Silo para moverse entre el mundo profundo y trascendente y el plano cotidiano, como si no existieran barreras entre ellos. Mientras lo escuchaba, Silo sonrió e hizo un gesto divertido con su cabeza, imitando un reloj cu-cú que va y viene entre dos realidades. Esa imagen quedó grabada en mi memoria como un símbolo de lo que Ammann describía.

Tiempo después, leí un material en el que Silo explicaba cómo estos dos mundos –el cotidiano, con sus preocupaciones, trabajos y rutinas, y el profundo o espiritual, con lo sagrado y el sentido de la vida– coexisten uno al lado del otro. Usaba la palabra “yuxtaposición” para describir esta relación. Aunque ambos mundos están juntos, no necesariamente se mezclan. Sin embargo, comprender esta idea no era tan simple. Incluso entendiendo el término, me resultaba difícil aplicarlo en mi día a día.

Lo que más se asemejaba a esta dinámica, en mi experiencia, eran los retiros de varios días. En esos momentos lograba entrar en otra sintonía, pero al volver a casa, el contraste con la rutina era abrupto. No sentía una armonía entre ambos estados, sino una separación marcada, como si fuera imposible que convivieran. A menudo caía en la idea de que solo podría habitar uno de esos mundos, lo que generaba frustración.

Con el tiempo, descubrí que las alegorías son herramientas poderosas para entender estas experiencias. Simplifican lo complejo al usar imágenes claras y conocidas. Culturas de todo el mundo han recurrido a ellas para representar fenómenos difíciles de explicar. Una alegoría que me ha ayudado mucho a comprender esta yuxtaposición es la del grifo: una criatura que combina la fuerza terrenal del león con la ligereza del águila.

El león representa la conexión con lo material, la vitalidad y el poder en el plano terrenal. Es el símbolo de lo cotidiano: nuestras luchas diarias, responsabilidades y logros. Por otro lado, el águila, con su vuelo majestuoso, simboliza la espiritualidad, la visión amplia y la capacidad de elevarnos por encima de lo mundano. Si el grifo incluye un pico de marfil, se añade un detalle especial: la sabiduría y la memoria, que nos recuerdan la importancia de integrar lo mejor de ambos mundos. Finalmente, si además lleva un jinete, este tercer elemento representa el principio que unifica y guía, completando la alegoría de manera significativa.

Esta imagen me enseñó que no se trata de elegir entre un mundo u otro, sino de entender que ambos pueden coexistir. Es un recordatorio de que la vida, con toda su complejidad, no es un defecto, sino una oportunidad para buscar equilibrio entre lo terrenal y lo trascendente.

Gracias a las alegorías y símbolos, diversos conceptos dejan de ser abstractos y se convierten en algo tangible que podemos recordar y aplicar.

Y tal vez eso sea lo más valioso: comprender que la coexistencia de estos mundos no solo es posible, sino que es lo que nos hace humanos.

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