A diferencia de lo que producen algunos animales, en las relaciones humanas, se advierte otra cosa. En los otros se ven intenciones, estas se interponen con las mías, se oponen, me amenazan, etc. También, por supuesto, las hay que convergen y se complementan, o que son neutras o lejanas.
Muchas veces, aun sin conocer las intenciones de otros, se imagina cuales son y se da crédito a eso que se imagina sin buscar confirmación alguna.
¿Sera todo esto parte de cómo somos los humanos, así es la “naturaleza humana? Cuando reflexiono sobre esto, encuentro un rotundo NO.
Pero encuentro un rotundo Sí, cuando se trata de responsabilizar, de todo esto, a las condiciones en las que se encuentra alguien al nacer. Son estas situaciones las que ayudan en el alejamiento de la afectividad humana. Se han construido categorías: por raza, edades, elección sexual, aspecto, religión, ganadores, perdedores, etc., etc.
Hoy, a pesar de que exista un futuro brillante en la teoría, la experiencia general cotidiana parece estar viviendo un “encerramiento”, esta falta de “espacio” mental genera las condiciones para que surja más fuertemente la intolerancia en las relaciones humanas.
Se trata de una especie de “juego” en donde ya existen reglas y a las que hay que acoplarse y allí asumir diferentes roles. Son ámbitos condicionantes los que impulsan o frenan las aspiraciones de las personas. Es este “formateo”, el que genera los emplazamientos y no, una supuesta naturaleza.
Somos jugadores del juego de la vida, en principio involuntarios, pero como participantes, siempre podremos modificar las reglas…
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