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El mono pistachero

sábado, 2 de julio de 2022


Caminaba sin apuro por una avenida, era sábado y había mucha actividad comercial, de repente me detengo a mirar algo: era un montículo de cosas y allí se adivinaba una figura humana; ésta reposaba semi-acostada en la entrada abandonada de una casa. No podía verle el rostro, pero se percibía que era alguien que vivía en la calle hacía tiempo. Observé la escena con delicadeza y lancé una pregunta sincera hacia mi interior…

Continúe mi camino, mientras comía pistachos de manera frenética (a quien le gustan me entenderá). Saboreaba uno y ya estaba pelando el siguiente, así sin solución de continuidad y ya en un estado casi simiesco, “algo” aprovecho el descenso de mis actividades mentales para insinuar lo que escribo a continuación:

“El alma es como una sutil y hermosa bailarina que no sabe muy bien cuál será su escenario, ni tampoco conoce, de manera acabada, el ritmo, ni los actos de su obra. Pero tiene una impronta, un tropismo, tiende hacia…

El aprendizaje será en interrelación contigo, pero esto también, puede derivar en que se lastime, se desconecten o se retire del escenario…

Si el vínculo es constructivo -de beneficio simultaneo- el mutuo aprendizaje les permitirá saltar de nivel y convertirse en una bailarina especial y, algo de ti, la acompañará a nuevos escenarios…

Así hay distintos nacimientos y muertes.

El primero es cuando naces, el segundo cuando te haces consiente de este vínculo y el tercero es cuando saltan de nivel…

En cuanto a muertes, está la del cuerpo, además, pude suceder la del alma antes que el cuerpo (pero sobre ésta no diré nada más). También al darse cuenta de esta relación se comienza a “morir” en un sentido liberador e inspirador…”

Hasta aquí lo que recuerdo. Ahora, ya sin pistachos, retomando mi habitualidad…

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