Cada cual vive un un determinado tiempo y percibe e interpreta el mundo que comparte con tantos otros, estos códigos comunes difieren en distintos grados entre las generaciones, culturas, situaciones particulares de ciudades, pueblos, etc. Nos reconocemos, nos identificamos, nos diferenciamos y dentro de este gran “paraguas” que nos engloba, con nuestras propias motivaciones vamos construyendo nuestro propio mundo. Allí están la situaciones que queremos cambiar, las búsquedas, las aspiraciones, las necesidades, las proyecciones, los seres queridos; también las situaciones opuestas, frustraciones, desencuentros, dolor, etc.
Algo de todo eso va avanzando, otros temas van quedando atrás, se van completando deseos y esto nos acerca a cierta satisfacción, a momentos de felicidad, armonía, coherencia, etc. Aunque siempre quedan cosas para más adelante, ideales, proyectos y esperanzas y es en ésta dinámica, en la que de algún modo vamos viviendo.
Pero hay que decir que esos mundos que queremos y que vamos construyendo tienen sus ciclos, desvíos, fracasos, sorpresas, fortunas, finales, etc. También hay momentos donde se presentan situaciones a las que necesariamente hay que soltar pues ya no son realizables, muchas veces a esos momentos de detenimientos, terminación o arrastres forzados de emplazamientos, se los califica como “crisis”.
Ante estos “intervalos” hay diferentes opciones de adaptación, de continuidad. Hay ciertos movimientos mentales y acciones particulares, a veces estos se pueden elegir y en otras ocasiones no.
En este mundo al que hemos llegado y que, con un determinado cuerpo comenzamos a vivir, vamos pasando por distintas etapas conocidas -niñez, adolescencia, adultez, vejez-. Estos cambios de nuestro cuerpo son marcados por la biología de nuestra especie y son acompañados de diferentes maneras por cada cual. Esta es la manera más gráfica de describir a que se refiere “el fin de los mundos”, por ejemplo, el fin de la infancia nos pone ante múltiples aspectos que no pasaran a la siguiente etapa donde comenzaremos a construir otro tipo de mundo y así siguiendo. Es muy importante en esta dinámica un cierto atractivo, gusto por lo que sigue, es decir un cierto mundo “querido”, pues vamos hacia adelante, y no es tan interesante la nostalgia con el mundo que se fue, por ejemplo el de la infancia. No se está negando la utilidad de tantos buenos y atesorados recuerdos, pero no parece ser muy atractivo vivir hacia adelante añorando lo que ya no es.
También hay que decir que todo esto se va dando dentro de una dinámica mayor que puede corresponder al grupo de pertenencia, al país y en general a lo que sucede en el planeta. Factores todos que influirán de manera radical en “nuestro mundo” y que, como si se tratara de engranajes de diferentes escalas, están en una relación continua y de retroalimentación.
Si volvemos al aspecto biológico -nuestro cuerpo- éste se ira agotando -de momento- llegando a la ancianidad y de una manera u otra ira ayudando a que se vaya “acabando” nuestro mundo y ojalá libremente, cuando se llegue allí, nos encaminemos hacia una nueva aventura y de acuerdo a cada creencia, a un tipo de porvenir.
Esto del devenir del propio cuerpo, es algo dado pues es un aspecto de cierta mecánica. Pero también hay otros momentos antes de llegar tan lejos en la vida que, al agotarse algún particular mundo, cuesta construir otro que anime, que atraiga y que entusiasme. Aquí hay un problema pues la biología todavía tiene “resto” pero internamente no se alcanza a vislumbrar un futuro venturoso o entusiasmante.
Estos son momentos delicados, donde parece que hay que reflexionar: sobre si se está arrastrando un tipo de mundo que ya no puede ser o se está forzando al cuerpo más allá de sus posibilidades, o quizás no se alcance a aclarar un mundo nuevo que anime a vivir, o ya la lucha por alcanzarlo perdió su atractivo.
Estos son aspectos que en algunas encrucijadas vitales aparecen y que resultan de la presión que genera el fin de algún mundo.
Convengamos que la problemática general actual no ayuda a una fácil aclimatación y así se pueden encontrar resistencias a cambiar y a dar respuestas de adaptación creciente.
Siempre fue valioso el ejemplo de la serpiente que, sin dejar de serlo, va cambiando cada tanto su piel, se va adaptando a las demandas de su propio cuerpo, de su entorno y del momento en que se está.
El punto está en saber qué hay que cambiar y qué no.
Entonces, reflexionando sobre esto y acerca del “paisaje” que puede acompañar al final de un mundo y ante la buena opción de adaptarse surge el tema de la fe. En cuanto a este “punto de apoyo”, no parece que aventar la palabra, cuál manto protector, se convierta en base firme; la sola palabra no significa nada...como con tantos otros términos. Sería una suerte de "idealismo" desconectado de la experiencia, sin corazón.
Tal vez resulta útil comenzar a individualizar experiencias y las propias descripciones que realmente resuenen con el significado de lo que expresa la palabra fe.
De qué se trata tener fe en algo? En qué asunto realmente experimento fe?
Cuáles son esas experiencias que pueden darme la paciencia en los momentos de espera y alejarme de ciertas “urgencias” y de su compañera: la improvisación; de qué se trata eso que me da la fuerza en los momentos de resolución, así como, en todo instante, la mejor dirección.
Convengamos que la problemática general actual no ayuda a una fácil aclimatación y así se pueden encontrar resistencias a cambiar y a dar respuestas de adaptación creciente.
Siempre fue valioso el ejemplo de la serpiente que, sin dejar de serlo, va cambiando cada tanto su piel, se va adaptando a las demandas de su propio cuerpo, de su entorno y del momento en que se está.
El punto está en saber qué hay que cambiar y qué no.
Entonces, reflexionando sobre esto y acerca del “paisaje” que puede acompañar al final de un mundo y ante la buena opción de adaptarse surge el tema de la fe. En cuanto a este “punto de apoyo”, no parece que aventar la palabra, cuál manto protector, se convierta en base firme; la sola palabra no significa nada...como con tantos otros términos. Sería una suerte de "idealismo" desconectado de la experiencia, sin corazón.
Tal vez resulta útil comenzar a individualizar experiencias y las propias descripciones que realmente resuenen con el significado de lo que expresa la palabra fe.
De qué se trata tener fe en algo? En qué asunto realmente experimento fe?
Cuáles son esas experiencias que pueden darme la paciencia en los momentos de espera y alejarme de ciertas “urgencias” y de su compañera: la improvisación; de qué se trata eso que me da la fuerza en los momentos de resolución, así como, en todo instante, la mejor dirección.
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