El contacto con lo natural, la tierra, el sol, el cielo nocturno, el viento, los animales y las grandes distancias que los ojos trataban de abarcar, lo ponían en un tiempo especial, diferente al que experimentaba en la ciudad.
Todo esto, el niño, simplemente lo vivía y no tenia conciencia de aquello, sólo eran para él, sus vacaciones de verano…
Todas las noches y todos los días invitaban a diferentes aventuras: trepar árboles, recorrer montes, caminar hasta la laguna, descubrir cuevas y nidos de animales, nadar en el arroyo, jugar adentro de la casa los días de lluvia, etc..
Sus compañeros de andanzas y él, en estrecha amistad, recorrían la extensión y su bastedad, a veces caminando, a veces con caballos. Siempre los perros los seguían, también dispuestos a la aventura...
Una noche cualquiera y algo alejados de la casa, con un amigo, tal vez sin poder ver mucho hacia el horizonte por la oscuridad, se pusieron a mirar el cielo estrellado. Hacia allí y con mucha nitidez se podían ver infinidad de estrellas y la luna aun tímida.
La posición en la llanura, sin nada en el terreno que fuerce a mirar incómodamente, permitía observar el firmamento simplemente elevando apenas la mirada por encima del horizonte.
Así lo hacían, cuando luego de algunos minutos y en el silencio de la noche, el niño se sintió cerca de las estrellas, como si las “sintiera”, dejo de ser un espectador para fundirse de algún modo con la inmensidad. Le surgieron de adentro preguntas, incógnitas, no ya de un pequeño sino de ser humano.
¿Para qué todo esto? ¿Qué lo hizo? ¿De dónde venimos y para qué? ¿Hacia dónde vamos?
Esa contemplación y la fusión con la inmensidad, quedo fuertemente grabada en la memoria y también fuertemente olvidada…
Fue solo después, ya de adulto que retomo esas preguntas fundamentales, y así el recuerdo de esa experiencia se le hizo presente y dio pistas para aclarar el mejor futuro…
Junio 2012
No hay comentarios:
Publicar un comentario