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El mundo

domingo, 18 de diciembre de 2016

Cada vez que hablo del mundo, creyendo que lo estoy abarcando ¡me equivoco! Si me dicen que veo el mundo a través de un fideo, aunque me disguste ¡tienen razón!

Trataré de purificarme de la sensación frustrante que me queda al asumir que me comporto como un ingenuo y para hacerlo apelaré a un pensar, más o menos ordenado que me aclare cómo funciona en mí todo esto; rechazando de plano defender con algún artificio mi ingenuidad, cosa que, lejos de hacerlo sólo la aumentaría.

¿Qué veo del mundo?

Si comienzo desde el espacio exterior, veo una esfera con un radio de 6.371 km, luego veo continentes y vastos océanos. Allí hay pueblos, grandes contingentes humanos, con sus culturas, hábitos, historia, geografías, etc. En todo eso veo diversidades, naturales e históricas, pero, también sociales. Formas de gobierno diferentes, lenguas, distintos grados de desarrollo técnico y tantas cosas más. Hoy conformamos este mundo más de 7.000 millones de seres humanos entre niños, adolescentes, adultos, adultos mayores y ancianos.

Deteniéndome aquí, ya me queda claro que, en mis apreciaciones habituales referidas “al mundo”, no puede tener presente y ni siquiera co-presente tanta diversidad. No conozco ni conoceré a un gran porcentaje de esos millones. Por lo tanto no puede afirmar seriamente que conozco el mundo o que lo estoy explicando de manera acabada.

Pero entonces ¿qué sé o conozco del mundo?

Por supuesto que todo aquello que está en mi memoria y en mi presente. Todo aquello que hice o hago en la actualidad. Todos aquellos con los que me vinculé y me vinculo al día de hoy. Conozco algo de la cultura en la que me tocó nacer, de su geografía, etc. Este “punto de vista” cultural a influido en mis apreciaciones del resto del mundo con el que alguna vez he tenido contacto. Por ejemplo, cuando estuve en Rusia, era “yo” viendo a esa cultura y a sus habitantes. Vale decir que aunque exista y reconozca mis vivencias y experiencias como humano, en principio ni siquiera el “mirador” u observador, es ecuménico!

¿Hay algo más?

Sin embargo hay algo en mí que me permite reconocer a otros como humanos, no sólo por su constitución o lenguaje. Por ejemplo, cuando alguien se lastima puedo imaginar su dolor, más allá de cualquier diferencia; del mismo modo cuando veo a un niño llorando, algo pasa en mi interior y no importa que sea chino o sirio. Puedo imaginar el sufrimiento de otros más allá de tantas diferencias. Lo puedo hacer, entre otras cosas, porque comparto ese “circuito” que lleva al dolor y al sufrimiento y todo esto lo puedo experimentar aunque se traten de razones (anécdotas) desconocidas o lejanas a mi vida.

Es decir que aquí ya encuentro un punto de apoyo para conectar, desde otra profundidad, con el mundo. Dejando de lado tantas diferencias y yendo a experiencias más esenciales. Me refiero a aquellas experiencias que están por debajo de las anécdotas o particularidades. Se trata de la experiencia del dolor, del sufrimiento, de la alegría, del afecto, etc. De alguna manera puedo “desdoblar” lo superficial que provoca alegría en un isleño del pacifico y conectar con la experiencia de la alegría, esto es posible porque ese circuito también está en mi.

Puedo reconocer el sueño de un obrero de regreso a su hogar al final del día, porque también siento necesidad de dormir, de alimentarme, de tener abrigo y alivio del calor. Hay variados elementos que, aunque seamos tantos los habitantes del planeta y tan diversas las formas de vida, compartimos fuertemente y de manera capital.

¿Cómo puedo alcanzar esa “conexión”?

Reconozco que algo debo hacer para conectar, en mi mismo, con ese circuito dejando de lado mi “yo” y sus matices. Lo hago, cuando logro que no me asuste la “desnudez” a la que me expone, correr un tiempo los ropajes de mi “querido yo”...

El asunto está en saber si me gusta esa aventura, si puedo por momentos hacerme “responsable” de ese querer y abandonar ese “ver” particular y entregarme a ese “mirar” más esencial.

Ha sucedido que al hacerlo se desatan grandes fuerzas en mi interior (excluyendo el fenómeno de la compulsión) que cobran diferentes significados: Indignación, Alegría, Unción, Rebelión, etc. Algunas veces sin un rumbo y otras con una clara dirección. Esta dirección se nutre de las creencias en las que navega mi vida. La actual es una época de una gran mezcla y allí, en esas aguas confusas, andan las creencias Judeos–cristianas, las más recientes relacionadas con el consumo y el dinero (desacralizadas) y también el Mito de la nueva espiritualidad.

Pero, sé que la coherencia interna, no surge de relatos que no vengan de la experiencia y que ésta, a su vez, los confirme. Puedo ir así eligiendo una “nueva imagen del mundo”, donde el dolor y el sufrimiento sean superables y donde la trascendencia, más allá de la muerte, sea una dirección presente.

Cuando lo logro hacer, aun en la reducida porción en que consiste “mi mundo”, advierto que puedo influir favorablemente en él, igual que ese mundo lo hace en mí. Por tanto la afirmación de que puedo mejorar o cambiar el mundo, teniendo en cuenta sus limites (yo y los otros), me da alegría y el entusiasmo de “poner manos a la obra” siempre en la búsqueda de nuevos caminos.

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