Aunque la mayoría del tiempo, el ser humano, está enredado en el espacio-tiempo cotidiano y sólo vive en la identidad necesaria para dar respuestas en ese mundo diario. Imaginemos la potencialidad en él de ese grano de sal, de esa partícula de la fuerza o energía que puso en marcha Todo.
Como sería continuar, luego de la muerte física, con un tipo de "vida" o existencia mental, en esos paisajes bajos oscuros, medios cotidianos o altos luminosos, como seria continuar la existencia allí, reconciliando y resolviendo todo lo de abajo, soltando todo lo medio y dejándose llevar hacia el ascenso, hacia la luz sin límites, hacia allí donde se guarda lo hecho y lo por hacer, hacia la inmensidad.
Nos perderíamos ver, oír, tocar, gustar, contemplar un atardecer, una montaña, un mar, una hermosura, una delicia. Eso es lo que se puede suponer al perder, a través de la muerte, el lugar que nos da el cuerpo en el Universo. Sin embargo, puedo intuir que podríamos continuar vinculados a esas maravillas que nos han regalado los sentidos y el cuerpo en un mayor grado de calidad. Porque tal vez se confunde lo que nos dan los sentidos con ese temblor interno que es lo que nos produce la satisfacción.
Podríamos seguir vinculados a través de lo más esencial que contienen cada uno de esos actos y sus complementos. Esos impactos no están en el oír, ni en el ver, ni en el gustar, ni en el tocar; están en esa suerte de chispazo energético que conmueve nuestra más sensible sustancia.
¿Por qué no podría continuar la existencia en esos términos?
¿Por qué no comenzar a alimentar aquello que puede continuar?
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