Habría que “escuchar” al niño y luego colaborar con esas disposiciones, en lugar de considerarlo un recipiente vacío que tiene que ser llenado. Que sólo debe memorizar usos y costumbres e información que le permitan adaptarse a un sistema cultural, productivo y laboral; en suma convertirse en eso de variable significado que se denomina “ciudadano de bien”.
La impresión que hay es que no se “escuchan” los indicadores, las tendencias y facilidades o vocaciones (si se le puede llamar así a tan temprana edad) y se pretende hacerlo encajar en un sistema como si todas esas cuestiones tan vitales -como la vocación- fueran una construcción que le va a inocular la educación y el medio, por el contrario la hipótesis es que eso viene en el niño y está de manera germinal, en un contexto lúdico y si se quiere improductivo, pero está. Por supuesto que no tiene un “titulo” o un nombre propio, pero si se puede evidenciar, por ejemplo, una gran curiosidad, gusto por lo manual, la aventura, la exploración, las construcciones, los animales, la naturaleza, los desafíos, la estética, etc., etc.
Si esta mirada es acertada, más tarde o más temprano, tendrá que revolucionarse la educación y no buscando genios ni individuos útiles al sistema sino colaborando en la formación y el apuntalamiento de seres humanos integrales.
Tendrá que tener en cuanta una multiplicidad de disciplinas como espacios de juego donde en un circuito de realimentación -por lo que hace y lo que le devuelve lo que hace- se va manifestando y haciendo evidente, tanto a los tutores como a los niños, las actividades y los vehículos de mayor acople y gusto.
Donde desde su interioridad vayan construyendo el mundo y no que su interioridad sea postergada en favor de incorporar los códigos, usos y costumbres, del momento histórico en que nacen.
Esto no se podrá convertir en un programa de educación que pueda seguirse externamente, deberá comenzar en los mismos profesionales de la educación. Reflexionando sobre el rastro de todo ésto en ellos mismos, en el descubrimiento de estos procesos desde su infancia hasta el día de hoy, así detectar experimentalmente esos tenues hilos que comenzaron a evidenciarse en su niñez y que luego tuvieron diferentes destinos.
Es decir que esto, podría comenzar con una mínima formación de docentes, quizás a través de seminarios o talleres, donde ellos hagan su propia exploración y comprendan -sumando su experiencia al dato- y así se fundamente un nuevo modo de emplazarse en sus tareas.
En síntesis, no se están oponiendo los saberes necesarios para la vida en sociedad contra las vocaciones o tendencias innatas. Se está marcando la integridad del individuo humano, más allá de su edad, y la necesidad de tenerlo en cuenta de una manera responsable y sentida.
Si podemos advertir la presencia de estos profundos impulsos vocacionales en la infancia y que resulte una tendencia general, a la luz de esto, habría que considerar un gran cambio en la pedagogía y en general en la mirada que el “mundo adulto” tiene sobre la primer etapa de la vida.
“Parece que la repetición fuera inútil, como hacen los niños, repitiendo para aprender algo, la repetición es una acumulación de actos muy variados. Ese niño repite siempre lo mismo hasta que sale a las estrellas.” Silo
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