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Sobre la multiplicación y la proyección

miércoles, 23 de septiembre de 2015

Con la sincera admiración de la inspiración en otros, uno atrae a su propia presencia una experiencia equivalente. Ésta se localiza en la región interna donde nacen las virtudes y en general las mejores emociones.

Esta sentencia, aparte de apoyarse en la experiencia, tiene una lógica universal. Ella está dada por el funcionamiento humano, porque más allá de las particularidades que parecen diferenciarnos, es necesario aceptar que somos parte, en un cierto nivel, de una sola “nación” y que contamos con un funcionamiento común.

Muchas veces nos quedamos con las particularidades y no podemos desde allí abrirnos a otros espacios donde nos encontremos hermanados. Por ejemplo puedo sentir envidia por la inspiración en otro y desde ese lugar hacer algún esfuerzo interno para negar aquello admirable que éste hizo, pues siento que eso que produjo me empequeñece.

Otras veces parece que se establece una suerte de “competencia” y el avance de otro por alguna extraña razón me retrasa. Algo muy difícil de aceptar, a menos que me considere una “isla” y vea solamente a los otros también como islas. Esto parece estar basado en algún criterio de competencia comercial o del individualismo exitista de la época.

También se puede intentar una suerte de reflejo de “autoconfianza” y decirse, que uno lo podría hacer mejor, pero muchas veces ésto no pasa de ser sólo una ocurrencia y nunca llega a materializarse, aunque sirva para hacer una compensación interna situacional y no “caer” en alguna emoción negativa.

Es cierto también que en muchas ocasiones no hay nada para admirar. Pero no podemos negar que todos los que nos rodean, tienen alguna virtud, mezclada claro con otras peculiaridades. Pero si sólo me mantengo en mi particularidad veré unicamente afinidad con algunos pocos y rechazo de otros por sus características más externas. Sin embargo desde otro lugar de mi singularidad puedo advertir las virtudes en los otros, silenciando primero, tantas manifestaciones que pueden ocultar a mi mirada, las mejores aptitudes de los demás.

No se trata de negar la originalidad particular, bienvenida sea, se trata de no vivir unicamente en esa franja. Permitirse ir hacia otras regiones.

A estas alturas, ya no podemos negar el goce que nos da ver con sinceridad interna lo admirable de otros, en lugar de “perder” algo que en realidad no tenemos (ilusión), nos ponemos en presencia de una emoción de otro nivel y nos hermanamos en un espacio trascendente a las particularidades y de cercanía con las propias virtudes e inspiraciones. A tal punto es así que esta vinculación no la frena ni el espacio ni el tiempo, ni siquiera el campo en que se da tal manifestación. Podemos admirar una escultura de hace 500 años sin ser escultores, por ejemplo.

Así nos vamos direccionando a que en nuestra propia vida se fortalezca la expresión de nuestras virtudes, se adquieran los conocimientos que requiera la vocación y en general se esté disponible a la inspiración.

En la admiración y en la valoración de las producciones de otros no hay nada que perder, por el contrario hay un mundo por ganar. Un mundo que está en nuestro interior y que en apariencia es invisible, aunque en verdad, es la tierra que, debajo del mar, conecta a todas las islas entre si en un único territorio.

Entonces ¿quiero hacer crecer mi isla o quiero que crezca nuestro archipiélago?

¡El crecimiento de mi isla depende del crecimiento de nuestro archipiélago!

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