El arquero lanzó su flecha, necesitaba conectar espacios: ese donde estaba con aquel otro oscuramente recordado. Sin embargo, sabía que hacia allí debía emprender su camino. En la parte de atrás de su flecha ató un hilo que seguiría a lo largo del territorio, sabiendo que así no se perdería y finalmente llegaría al sagrado espacio.
¿Cómo sabia que la flecha llegaría al lugar? Pues volaba por los aires más allá de donde él podía ver. No lo sabía y no lo podía explicar!
Pero era tan consciente su necesidad de conectar su actual lugar con aquel otro que no dudaba y sentía que, aun con diferencias de grados, llegaría a su destino.
Emprendió su travesía cuando vio que el carretel donde había enrollaba el hilo dejó de girar. Comenzó lentamente a seguir el trazo que se marcaba, se encontraba con infinidad de dificultades, precipicios, ríos torrentosos, la noche oscura, las estaciones, etc. También distracciones propias de su marcha, que lo alejaban del curso que mostraba el hilo, buscar que comer, un buen abrigo, agua para su sed, etc.
Hubo días que al ser tan intensas las demandas de su cuerpo, se olvidó del hilo y se extravío por un tiempo. Vivió pequeñas vidas lejos del cordón y de su propósito inicial…
Aunque nada fue tan definitivo y se rencontró con su eje. Pero también no podía olvidarse de lo que el día a día le demandaba, las relaciones que iba haciendo con la gente de poblados, labriegos y otros como él que caminaban por los campos…
Sin embargo, descubrió que podía con todo aquello, el día, las relaciones y el cordón. Que todo podía convivir en su cotidianidad y que se trataba de matices que el camino hacia su destino le presentaba.
Comprendió que el cordón unía también el pasado y el futuro con su presente; que las características que adoptaba cada día debía verlas en relación, comparar momentos, pues el proceso de todos esos días era lo real, era la construcción y el hilo era un testimonio tangible de lo verdadero…
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