Ahora aquí me aventuraré a describir una visión sobre el desarrollo de los mitos, como toda aventura, tiene sus riesgos, para lo cual también es necesaria cierta dosis de atrevimiento… Creo que hoy ese grado de osadía presente en mi es suficiente como para atreverme, aprovecharé la ocasión antes de que los fantasmas de la “cordura” se apoderen de esta intención y me manden de regreso, antes de tiempo, a la vida vulgar.
Sucedió hace mucho que la humanidad fue tejiendo sus mitos, esos argumentos vitales que resolvían, a su modo, la exposición a las tensiones de la existencia y de su finitud.
Ese proceso cuando llevó a las culturas separadas a un contacto entre sí, dio lugar a nuevos mitos que incorporaban argumentos e imágenes de los precedentes. Así fue sucediendo y mientras las creencias más periféricas, de esas concepciones del mundo, lógicamente iban cambiando, las raíces de ese árbol se mantenían en tierra fértil.
Luego de muchos años, cumpliendo tal vez algún ciclo vital que desconozco, fueron entrando en su ocaso, es decir, ya no servían para explicar el mundo y apuntalar al ser humano. Un poeta lo anunció, encarnando el sentir de una época: “Dios ha muerto” dijo!
Quizás tomada la afirmación como una figura literaria quedo ahí, mientras continúo transcurriendo el tiempo...
Luego las regiones más alejadas del planeta entraron en una etapa de cercanía y contacto y los mitos de cada una llegaron a las otras como si fueran cosas nuevas y pintorescas…Tuvieron su lugar y recepción gracias al vacío que había dejado aquello que anunció el poeta. Otras culturas gracias a esa fricción o competencia, experimentaron en sus mitos un resurgimiento temporario, aunque medible con los tiempos de vida de los “seres” que habitan en esos relatos.
Así quedo presentado el momento histórico, mitos agonizantes, compensado con mitos desacralizados como el dinero; mitos que llegan de otras culturas como novedad y que parecen ponerse de moda, aunque es dudable su arraigo en la profundidad de la conciencia y mitos que estaban sumergidos y que gracias al mismo fenómeno de desbarajuste, vuelven a la superficie.
En este escenario donde es tangible el desborde y la desorientación. En qué me he venido apoyando?
Un poco en los mitos en que fui educado, un poco en los que la época me exige, con algún agregado de mitos que llegan de exóticas culturas y así fui generando mi formulación especial de la “morcilla de mi propia finca”…
Todo este escenario que no se da todos los días en la historia, tiene una gran virtud, pues le provee fertilidad al surgimiento de mitos nuevos que den respuestas al clamor del ser humano de hoy. Con necesidad de dejar atrás creencias, de adaptarse crecientemente a un mundo nuevo y de converger con otros “diferentes” en “la primera civilización planetaria de la historia humana”[1].
Sin embargo para plantar un cimiento es necesario generar un vacio, quitar lo que hay en el lugar que estará el cimiento. Ese quitar lo está haciendo el proceso histórico por sí mismo, no con pocas alteraciones y dificultades; son los tiempos de la desilusión con aquello que ilusionó a la conciencia hasta aquí.
El nuevo mito ya es embrión y su potencia dependerá de que se desarrolle en el corazón de aquellos que, ya libres de lo que fue y en una saludable renovación, se tomen de él para continuar el peregrinaje por la historia y dotar de un nuevo significado a todo, a la vida, a la muerte, a la ciencia, al arte, a los demás y por supuesto, al propio contacto con uno mismo.
[1] Silo, 30 aniversario. Punta de Vacas, 4 de mayo de 1999.
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