Luego de algunos minutos y en el silencio, el niño se sintió cerca de las estrellas, como si las “sintiera”, dejo de ser un espectador para fundirse con la inmensidad. Le surgieron preguntas de adentro, incógnitas, no ya de un pequeño sino de ser humano.
¿Para qué todo esto? ¿Qué lo hizo? ¿De dónde venimos y para qué? ¿Hacia dónde vamos?
Esa fusión con la inmensidad, quedo fuertemente grabada en su memoria y también fuertemente olvidada…
Fue después, ya de adulto, que retomó esas preguntas fundamentales y así ese recuerdo se le hizo presente.
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Sentí que podía estar “adentro” de cada una de
las personas que en las tomas de la cámara aparecían. Podía tener otras vidas,
la de un señor gordo con barba, la de una joven rubia, de un adolescente
espigado.
Mientras volvía a mí, luego de cada cotejo, advertía
que no había diferencias, no había en ningún “lugar” cambios relevantes, solo
vidas, recuerdos, intereses, gustos, afectos, profesiones, que estaban en el
mundo, más allá del país, del género o la edad. En esas particularidades de las
personas, no estaba lo esencial, eso no definía lo importante.
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¿Qué hay en mí que tiene continuidad más allá de éste espacio y éste tiempo? ¿Qué veo en el presente que viene de lejos en el tiempo y que renovado y fresco está aquí y ahora y que también estará más allá de mi tiempo?
Si voy descartando aquello que no tiene continuidad, quitando una a una esas cosas, me queda: el saber y el conocimiento que se ha ido acumulando generación tras generación, la posibilidad de influir favorablemente en el proceso de la vida, que a través de millones de manifestaciones muestra una Intención.
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