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Encuentro con Uriel

jueves, 24 de abril de 2014

En una ocasión, asistí a un accidente en la ciudad, un auto golpeo fuertemente a un perro en una encrucijada de calles. Vi como alguien se acercó rápidamente al lugar y después de mirar al conductor, fue hasta el malherido animal. Luego levantándolo sobre un cartón lo traslado raudamente hacia una zona cercana con pasto.

Lo depositó con mucho cuidado e intentó reanimarlo, vanamente, pues el perro, dadas las heridas sufridas, finalmente murió.
Atónito participé de la situación movido por una suerte de voluntarismo impotente, para ayudar en algo en el incidente, como por un reflejo, aunque no supe qué hacer más que acompañar…

Finalmente llegó la guardia urbana y ellos tomaron cartas en el asunto, con lo cual el personaje que había puesto “manos a la obra” para auxiliar al accidentado, se retiraba de la escena. Por mi parte aun en shock, conmovido por lo sucedido mire a ese hombre con cierto agradecimiento por su decisión y presteza en involucrarse.

Era una persona de unos 40 años, pulcramente vestida, aunque sin demasiado cuidado, tenia barba de varios días y su mirada era profunda.

Por mi parte estaba parado a unos metros del lugar y luego de mis tímidos intentos de ayudar ya era parte de la muchedumbre que se había reunido para ver lo sucedido.

Cuando este hombre pasa por delante, como en un gesto de agradecimiento le interrumpo el paso y le digo: “que pena pobre animal…”, me mira y hace un suave gesto de aprobación al comentario. Comienzo a caminar a su lado y le invito un café, como una manera de reconfortarnos luego de lo acontecido, asintió y fuimos hacia un bar cercano.

Le dije mi nombre y él respondió:

-Uriel me llamo…

Pedimos nuestro cafés, mientras le comentaba lo que me había sucedido con el asunto del perro: impotencia ante la fatalidad, imaginar volver el tiempo atrás, bronca, etc., etc. Sentimientos que, a esta altura, ya sin la adrenalina en exceso en mi torrente sanguíneo y con la respiración normalizada podía pensar y comunicar.

Él, mientras revolvía el café, sin ningún endulzante, me escuchaba atentamente.

Al terminar de hacer mis comentarios, Uriel detuvo su viraje dextrógiro en el pocillo, dejó la cuchara sobre el plato y me preguntó:

- Todo lo que sentiste y ahora decís, te es claro si es por el perro o por vos?

-Bueno, no sé cómo diferenciarlo, le digo…

Dice Uriel:
-Es muy importante diferenciarlo pues tiene consecuencias muy distintas. Una cosa es, si te entristeces por ti mismo, eso te lleva a reflexionar sobre tus cosas. En cambio si tu pesar es producto de la muerte del animal, surgen otras preguntas y consideraciones.

Por ejemplo, que certeza tienes que está mal, porque se quedo sin la vida que le conocimos?


Le digo:
-No tengo ninguna evidencia de eso, sólo veo que no está más acá entre nosotros correteando y haciendo sus cosas, sin el futuro…

-Lo que decís es cierto, aunque eso no significa que esté mal, simplemente que no hace ni hará más lo que hacía.

-Ciertamente, le respondo. A lo cual él agrega:

-Sin embargo para mí, luego de haber hecho todo lo posible y que estaba al alcance para ayudarlo y mantenerlo con vida, después de dar todo el afecto del que soy capaz en esas breves o prolongadas acciones para ayudar, acepto lo que viene porque no lo entiendo, no depende de mí…


Aunque todo eso, incluido el perro como imagen, continúa viviendo dentro de nosotros; cómo no rescatar y alegrarse por el recuerdo de sus destrezas, su mirada, su cercanía con las personas…

Sabes cuántos seres viven dentro de cada uno?

Sabes cómo ayuda ésta realidad para irse cargando de afecto, de buenos sentimientos, de compañía, incluso de guía para seguir con la vida…

No es la sensación de pérdida la que me acompaña, porque no eran “míos”. No quedo mirando para atrás, miro hacia adelante y ahora con la “vida” de ese ser adentro mío, honrando sus intentos, su futuro y existencia en este mundo, mientras sigo viviendo.

No es resignación, es hacer todo lo posible para ayudar, luego hay distintos desenlaces, pero si es el peor, la muerte, pienso en mi tristeza y reflexiono si es por mí o por el otro. Esto lo tengo que tener absolutamente claro.

Cómo puedo asegurar que es malo para el otro, que seguridad tengo de esto? Sólo se de la vida aquí, por lo tanto si alguien se “va” de aquí, continua viviendo dentro mío con afecto y buenos deseos. Nada me asegura que no estar “aquí” sea malo…

Ahora si la pena es por uno, nada le puedo reclamar al otro por lo que paso y reflexiono sobre los temores que hay en mí interior…


Luego de sus comentarios, se produjo un prolongado silencio, por mi lado no podía decir mucho, él parecía haber dicho todo. Le agradecí sus comentarios y me levanté hasta el mostrador del bar a fin de cumplir con la invitación y pagar la cuenta. Luego de unos minutos regreso a la mesa y Uriel ya no estaba…

En su lugar había quedado un objeto que contrastaba con el color de la mesa, al tomarlo advierto que se trataba de una pluma de unos 12 centímetros de color negro con brillos metálicos, decido conservarla y la introduzco en un libro, mientras me alejo del lugar.

Tiempo después un amigo del museo de ciencias naturales confirmará que la pluma era de un cóndor de los andes sudamericanos.

2 comentarios:

  1. Muy bella historia que contiene una sabia enseñanza. Un abrazo, Pablo.

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  2. Gracias por leerla querida amiga y por encontrar las intenciones más allá de las palabras..

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