Quizás en forma de inquietud, más tarde como pregunta surgió la afirmación que le da el título a este escrito.
A partir de los 60 años, para poner un tiempo definido, aunque no resulta del todo así comienza a entreverse la finitud no ya como un concepto sino como una posibilidad temporal cercana. Comienzan a aparecer dolencias, limitaciones físicas y, además, los viejos ensueños que van dejando su lugar a un vacío o cuando menos a una incógnita.
Poniendo esto apoyado en imágenes, diría: cuando uno nace, en la orilla opuesta zarpa el barco que nos viene a buscar al final de la vida, ese navío que nos tiene como pasajeros hacia un destino ignoto. Es a partir de cierta edad en que pareciera verse en el horizonte la calmosa embarcación…
Mientras que, en otras edades vitales, solo se ve océano y cielo, fundidos en línea infinita. Otras veces, ni siquiera se mira hacia el horizonte.
Puede haber un impulso de ir “bajando la cabeza” ante esa realidad. Un acomodarse a la posibilidad, una resignación…
También un deseo de huir hacia tiempos pasados, o al menos, borrar las evidencias del paso del tiempo a como dé lugar…
Pero también una aceptación de la realidad corporal, a la par que se intenta poner la cabeza en atender lo que a uno le parece más importante ahora y a futuro. Cuando parece que hay menos vida, poner entusiasmo en la vida, cuando parece que hay menos futuro, poner más fe en él.
Cuando, en apariencia, hay que preparase para otra cosa, se puede intentar revisar, recatar lo importante y preparase para vivir…
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