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Un rumiante occidental

miércoles, 24 de octubre de 2018

Atardecía en la ciudad, los claro-oscuros mostraban las diferencias de iluminación; Julián iba caminando y entre tanto, “rumiaba” algunos pensamientos. Esas ideas que cada tanto aparecen y que sin aclararse o resolverse van y vienen cuando algunas circunstancias se imponen.

Pensaba en la enfermedad, las razones por las que son afectados unos y otros, por qué se preguntaba. ¿Cómo hacer para que dios ayude, es plausible esta demanda? Sintió una fuerte indefensión ante lo incomprensible.

No lo tranquilizaban las respuestas de la ciencia, ni las creencias religiosas, ni siquiera el nihilismo... Sintió una profunda soledad.

Los trenes de pensamientos eran interrumpidos, cuando, la necesidad de percibir en su andar era manifiesta, ante una vereda rota o alguien que, caminando velozmente, parecía chocarlo. Al cruzar una calle, vio muy lejos el atardecer, regalo que en una gran ciudad hay que agradecer; la luz del sol todavía iluminaba y dejaba ver caprichosas nubes de colores intensos.

Julián quedó fascinado con la postal, era un ocaso diferente a todos, hermoso (quizás todos los que tratamos de mirar lo sean).

Cerró sus ojos con el deseo de fundirse en esa maravilla y en su espacio interno, el paisaje se convirtió en colores más intensos, en rojo, azul y amarillo. Luego sobrevino un silencio intenso de breves instantes...
Como si hubiera alimentado su alma, satisfecho, continuó su marcha. Unos minutos después le llegan ocurrencias, tal vez tardías respuestas a sus dudas.

Comienza a viajar imaginariamente por la inmensidad del Universo, ve sistemas solares, galaxias y se dice: todo esto es una pequeña parte conocida, lo calculado es infinitamente más grande. Cómo tanta enormidad va a estar pendiente de él, cómo reclamar a lo inmensurable atención a esta pequeña partícula, ni siquiera la comparación en escala guarda relación con una hormiga! Pobre ingenuidad! Que lucha estéril! Qué buena razón para perseguir en cada ocasión algo de reconocimiento, en la situación que sea. Estamos enfermos de insignificancia!

Sin embargo, sus razonamientos le resultaban alentadores, sentía que había una salida al laberinto, aun sin ser manifiesta en su discurrir...

Pensó, pero nada impide que cada cual en lugar de esperar atención de la inmensidad, haga lo opuesto, es decir se intente poner en sintonía con lo infinito! Asumirse como hijo de tanta vastedad, cómo “receptor y transmisor” de semejante maravilla...

Así Julián en esa ocasión convirtió, la aparente soledad, en un simple extravío de su verdadera pertenencia...

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